EL GRITO DE LOS ADOLESCENTES
Hace 30 años estaba yo sentada en un pupitre parecido a los que tenía delante cuando dirigía mis palabras a estos jóvenes alumnos, lo hacía rodeada de un buen número de compañeros de clase y de aquellos profesores que año tras año iban pasando, iban y nos dejaban, mas bien, éramos nosotros quienes de marcharnos al evolucionar en edad, tamaño y sobretodo, al alcanzar los objetivos que correspondían en cada etapa.
Hoy, cuando veo a estos jóvenes adolescentes sentados donde lo estuvimos algunos, ahora ya ejerciendo como profesores y otros también como padres, pienso que realmente no fue hace mucho y, sin embargo, me doy cuenta de que las cosas han cambiado exponencialmente.
Sean, pues, mis primeras palabras para evocar un emocionado recuerdo de todos nosotros en esa bonita etapa rebelde y divertida, despreocupada pero convulsa, llamada ADOLESCENCIA.
No sé ustedes, padres que leen estas líneas, cómo la recuerdan, pero la mía en nada se parece a la que les ha tocado vivir hoy a nuestros hijos, y esto es precisamente lo que nos impulsa y obliga a ayudarles a canalizar su trayectoria en un entorno inestable e incierto.
Y tenemos que encarar esta difícil tarea de manera responsable, sin saber cómo, sin claves ni recetas, manejando variables que escapan de nuestra capacidad de gestión; estoy hablando de un cambio de época acelerado que conlleva, a su vez, un microespacio interno de cambios de profundo calado que son constantes: sociales, climáticos, culturales, económicos, legislativos, tecnológicos, formas de relación, movimientos alternativos…
Los modelos de socialización, los roles, los valores, las fórmulas de interacción, las expectativas ciudadanas, las estructuras familiares…, todo está en proceso evolutivo y en el epicentro de estas transformaciones, a veces sufriéndolas y más frecuentemente representándolas, aparecen los adolescentes.
Los adolescentes ejemplifican la dinámica del cambio, son sus agentes; sujetos y víctimas de muchos desajustes del funcionamiento social, paradigmas del cambio y de las cuestiones irresueltas, los adolescentes son la diana de múltiples miradas, y deben ser el horizonte de una reflexión crítica sobre nosotros mismos. Sobre todo, porque son en parte nuestra criatura y, más aún, porque representan el futuro colectivo, NUESTRO FUTURO.
Existe toda una multitud de estereotipos con posturas tan contrapuestas: como las de quienes presumen que las nuevas generaciones juveniles son más solidarias, colaborativas, tolerantes, participativas o comprometidas que nunca, frente a aquéllos que les definen como pasivos, hedónicos, despreocupados y carentes de responsabilidad. De lo que no cabe ninguna duda es que el individuo como tal es único y las generalidades no funcionan tampoco en este caso; aunque si es bien cierto que en estas edades estos jóvenes asumen, bien sea como propia, bien sea como la de una mayoría incuestionable de sus pares (una mayoría que les representa) el sentir de que tienen que sumarse a estos estereotipos.
Y así les tenemos en casa y les vemos crecer y vemos como transitan por el tiempo y el tiempo por ellos, entonces, ¿qué hacemos?. Pues sencillo, querido/a lector/a, lo primero que debemos hacer es SITUARNOS y UBICARNOS, en todo el sentido de la palabra, no negar nuestra realidad ni esperar por lo que no vendrá, como dije antes es un cambio de época, a la que todos, día a día, le vamos dando forma, un nuevo formato que nadie es capaz de pronosticar, pero lo que sí es seguro es que debemos adaptarnos y hacerlo bien.
Una vez que nos hemos situado y ubicado nosotros, podremos orientarles a ellos, cuestión esta que no debemos dilatar ya que la frontera de ese tránsito a la edad adulta se simboliza en el ejercicio del trabajo entendido como trabajar para vivir autónomamente Y esto sólo lo conseguiremos actualizándonos, tomando conciencia de lo que nos rodea, leyendo, escuchando y sobretodo participando, viendo lo que pasa, el “SABER VER” que decía Leonardo Da Vinci.
Si hacemos una toma fotográfica del momento, por las circunstancias socio-económicas que nos han tocado vivir, la imagen nos muestra un retraso de esa posibilidad laboral, prolongando la adolescencia y la juventud; he aquí nuestra responsabilidad de preparar y planificar el momento del cambio, cuando llegue. Responsabilidades, por tanto, referidas a estudiar, a mejorar las opciones de acceso a un competitivo mercado laboral (aptitud), al saber ser y al saber estar, ser proactivo, positivo y en general, trabajar y mejorar la ACTITUD aprovechando de la forma más completa posible las circunstancias del momento.
Esta tarea que iniciamos con tanta ilusión es una fuerte apuesta que pretende contribuir al proceso de desarrollo de nuestros jóvenes en un camino que nos implica a todos: padres, escuela y profesores, en beneficio de nuestro activo más importante NUESTROS HIJOS, y en esto estoy completamente segura que estaremos todos de acuerdo:
!Merece la pena!