FAMILIA ESCUELA
En esta primera reflexión pretendemos realizar una somera aproximación a las relaciones de la familia con la escuela. Esa relación compleja, necesaria y vital para la educación de nuestros hijos e hijas. Los padres y madres siempre nos preguntamos: “pero, … ¿qué te enseñan en la escuela?” y los profesores decimos muchas veces: “¿Dónde está la acción educativa de los padres de este niño?”. La sociedad le exige a la escuela que eduque, que instruya, que enseñe habilidades sociales, educación vial, educación para la salud, matemáticas, ciencias, lenguas, … pero luego no ponemos al alcance de la escuela los recursos necesarios para su correcto desempeño ni prestigiamos la profesión docente.
La familia, para lo bueno, y para lo malo, es el principal agente educador. Sobre ella recae la responsabilidad educativa de las generaciones futuras. Parte de esa responsabilidad la delega, por ley y de manera voluntaria en la mayoría de las familias, en la escuela, segundo agente educador. En los últimos años se ha puesto muy de moda la desescolarización. Muchas familias educan y enseñan a sus hijos en casa impidiendo y evitando ventajas e inconvenientes de la escuela.
Entre las ventajas de la escuela destacamos claramente la socialización, aspecto que en algunos casos podemos ver como un inconveniente en casos de acoso escolar, tema que trataremos en otro artículo. Pero tiene otras muchas ventajas como aprender nuevos conocimientos, completar aprendizajes conductuales entre iguales y con otros adultos, manejar situaciones de estrés y de resistencia a la frustración, … Muchos de estos aprendizajes no podrían realizarse en el entorno protector de la familia.
El tercer agente educativo son los medios de comunicación que invaden el entorno familiar y escolar, sin poder escapar a su influencia globalizadora, introduciendo en nuestro hogar infinidad de aspectos culturales ajenos a nuestro día a día. Aportan muchas ventajas, pero también muchos inconvenientes. A ellos dedicaremos también nuestro espacio de reflexión.
En cuanto a la evolución de cada uno de estos tres agentes educativos constatamos la lentitud evolutiva de los dos primeros y la velocidad y amplio espectro que presenta el tercero: los medios de comunicación.
La familia ha evolucionado poco desde sus comienzos a la actualidad. Se está hablando mucho de los nuevos modelos de familia, de las nuevas formas de convivencia relacional, pero nada es nuevo. El término “monoparental” que tan de moda se ha puesto en los últimos años, no es nuevo en cuanto al concepto en sí, y desde tiempos inmemoriales existían los viudos, las viudas de los muertos y las viudas de los vivos referenciadas por Castelao al hablar de muchas mujeres gallegas que educaban a sus hijos e hijas en ausencia de sus padres emigrados a las Américas y de donde, en muchos casos, nunca regresaban, y en donde, en muchos casos, constituían una nueva familia. Esta misma realidad podemos constatarla entre los inmigrantes que viven entre nosotros. Las familias “desestructuradas” han sido utilizadas como coartada para diagnosticar y justificar muchos trastornos psicológicos, educativos y desmanes varios, hasta que algunos estudios desvelaron que la sola desestructuración familiar no era suficiente para justificar conductas que también existían en familias estructuradas.
La evolución de la escuela es igualmente lenta y cualquier resucitado del siglo XIII vería pocas diferencias en las aulas del siglo XXI, algo que no ocurriría si ese mismo resucitado visitara un quirófano. Los medios de comunicación si han evolucionado a pasos agigantados y en progresión geométrica desde la imprenta a la actualidad. Cada año se producen avances que antes no se producían en siglos.
El uso de los medios de comunicación como recurso educativo merece análisis específico y diferencial y a ellos dedicaremos el correspondiente espacio de reflexión, pues ni la familia ni la escuela pueden abstraerse de su influencia.
La familia realiza una protoeducación y una protosocialización primaria que luego se complementa en la escuela. En la actualidad, la educación que se produce en el interior de la familia se extiende a lo largo de toda la vida y, en muchos aspectos, se produce lo que podemos llamar “educación inversa”. En las familias de los siglos anteriores a este, eran los padres los que educaban y enseñaban a sus hijos. En la actualidad, últimos años del siglo pasado y en este, son también los hijos los que educan y enseñan a sus padres, sobre todo en el rápido progreso de las tecnologías de la información y de la comunicación (en adelante, y por economía del lenguaje TICs). El rápido avance de las TICs hacen que sean los hijos los que enseñen a sus padres y así aparecen conceptos como la “alfabetización digital” o los “nacidos digitales”. ¿Qué padre o madre no ha recurrido a un hijo para que le resuelva cualquier problema con su smartphone, blu ray o incluso cualquier otro electrodoméstico?. Esta educación familiar se produce a lo largo de toda la vida no tanto por la enseñanza de contenidos como por el modelado conductual y la imitación de patrones de comportamiento. Cuando unos padres cuidan de unos abuelos le están enseñando a sus hijos unos patrones conductuales que sus hijos pretenderán repetir con ellos.
La escuela, sin embargo, tiene más competencia en la instrucción y en la transmisión de contenidos académico-cognitivos. Las familias, en ocasiones, trasladan la responsabilidad educativa a la escuela, al considerar la escuela como una institución de guarda y custodia, cuando la escuela no ha nacido para dichas funciones sino para el enriquecimiento cultural y el desarrollo profesional de la sociedad en general.
Tradicionalmente, la relación familia escuela se ha centrado en el rendimiento escolar de los niños. Las familias se mostraban interesadas por conocer la calidad del profesor, las características de la escuela y los maestros convocaban a los padres cuando los resultados docentes no se correspondían con lo esperado.
La familia y la escuela comparten objetivos comunes respecto a la formación completa del hijo-alumno a lo largo de las distintos períodos del desarrollo humano y del proceso educativo, estos dos agentes socializadores aportarán los modelos que les permitan integrarse en la sociedad. Indudablemente, las influencias de la familia y de la escuela necesitan coincidir para asegurar la estabilidad y el equilibrio para una formación adecuada de las futuras generaciones.
Así debemos intentar conseguir que nuestras relaciones con la escuela de nuestras hijas e hijos sean cada día mejores.
Elías Domínguez Prieto
Doctor en Ciencias de la Educación.
Susana López Faria
Psicóloga
Xiana Domínguez Estévez
Estudiante de Magisterio